De vez en cuando nos pillan tan relajados que nos dejamos gratuitamente sorprender por noticias construidas con obviedades de Perogrullo. Disfrazadas de novedad salen impresas de los rotativos, se dispersan por la frecuencia modulada o invaden nuestros navegadores pero nada tienen de primicia por más páginas de diario que rellenen ni por más minutos de prime-time que ocupen. Nos referimos a los temas que se convierten en trend topic y que versan, por ejemplo, sobre las andanzas de un grupúsculo (no representativo, of course) de funcionarios que han sido cazados en el flagrante hábito de ultrajar el compromiso ético de acudir en tiempo y forma a sus puestos de trabajo en los servicios públicos pagados por todos los ciudadanos. Pues vaya descubrimiento. O también del cuento que narra cómo ipso facto una banda de corifeos salen al paso para defender a los menesterosos y serenar el multitudinario clamor popular con supuestas acciones correctoras y una confusa depuración de responsabilidades cuando lo único que pretenden es la engañifa de dejar escampar la tormenta y permitir que “la naturaleza de las cosas” siga su rumbo de siempre.
La resabiada ciudadanía conocemos desde tiempo inmemorial la realidad que pretenden descubrirnos estas pseudo-noticias que no tienen, por tanto, capacidad sorpresiva alguna. Ahora bien, no hay que desmerecerlas del todo ya que estas noticias presentan la elogiable propiedad analgésica de refrendar la vox populi y de disipar definitivamente las pocas dudas que todavía
pudiera existir entre el colectivo. Gracias a ellas, la enfermedad que ingenuamente sólo sospechábamos termina por confirmarse definitivamente: el descontrol en la gestión de lo que es de todos. La malversación crónica del erario público por acción u omisión, y el consentimiento de estas prácticas (si no colaboración) por parte de cargos políticos, funcionarios y sindicatos se ha convertido en el despreciable y eterno leitmotiv de la función pública.[1]
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"Remeros en el Yerres" pintura de Gustav Caillebotte, 1877. |