De vez en cuando nos pillan tan relajados que nos dejamos gratuitamente sorprender por noticias construidas con obviedades de Perogrullo. Disfrazadas de novedad salen impresas de los rotativos, se dispersan por la frecuencia modulada o invaden nuestros navegadores pero nada tienen de primicia por más páginas de diario que rellenen ni por más minutos de prime-time que ocupen. Nos referimos a los temas que se convierten en trend topic y que versan, por ejemplo, sobre las andanzas de un grupúsculo (no representativo, of course) de funcionarios que han sido cazados en el flagrante hábito de ultrajar el compromiso ético de acudir en tiempo y forma a sus puestos de trabajo en los servicios públicos pagados por todos los ciudadanos. Pues vaya descubrimiento. O también del cuento que narra cómo ipso facto una banda de corifeos salen al paso para defender a los menesterosos y serenar el multitudinario clamor popular con supuestas acciones correctoras y una confusa depuración de responsabilidades cuando lo único que pretenden es la engañifa de dejar escampar la tormenta y permitir que “la naturaleza de las cosas” siga su rumbo de siempre.
La resabiada ciudadanía conocemos desde tiempo inmemorial la realidad que pretenden descubrirnos estas pseudo-noticias que no tienen, por tanto, capacidad sorpresiva alguna. Ahora bien, no hay que desmerecerlas del todo ya que estas noticias presentan la elogiable propiedad analgésica de refrendar la vox populi y de disipar definitivamente las pocas dudas que todavía
pudiera existir entre el colectivo. Gracias a ellas, la enfermedad que ingenuamente sólo sospechábamos termina por confirmarse definitivamente: el descontrol en la gestión de lo que es de todos. La malversación crónica del erario público por acción u omisión, y el consentimiento de estas prácticas (si no colaboración) por parte de cargos políticos, funcionarios y sindicatos se ha convertido en el despreciable y eterno leitmotiv de la función pública.[1]
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"Remeros en el Yerres" pintura de Gustav Caillebotte, 1877. |
La inoperancia y desatención sistémicas que los ciudadanos podemos constatar cada vez que recurrimos a algunos de estos y otros servicios públicos es vergonzante para cualquier conciencia. Con resignada indignación padecemos la lamentable visión del derroche perpetuo al que se someten ingentes recursos técnicos, económicos y humanos sufragados con dinero público y para los que se desconocen importantes conceptos de las sociedades modernas como rendimiento, productividad, competencia u optimización. Pero estaríamos cometiendo un error si confundimos el síntoma con la enfermedad. Es sintomático, sin duda, que unos cuantos funcionarios caraduras defrauden de manera tan bochornosa. Pero la verdadera enfermedad es más profunda y arraigada. Se encuentra en una clase política que ha convertido todo lo público en un auténtico coladero de millones y un criadero obsceno de redes clientelares. No es de extrañar, por tanto, que con la que está cayendo, la incursión de este tipo de noticias en la actualidad active una especie de pandemia distractiva y que no haya tertulia del café o charla en el mercado en la que no se soliviante la hasta entonces muda indignación del vecindario. En este sentido, benditos sean los trend topic ya que convalidan la sapiencia popular. Y bienaventurados seamos los peatones comunes por que sufrimos en silencio estas noticia de actualidad incluso antes de convertirse en noticia y antes de ponerse de actualidad.
Entre championslig y tvinelli, entre laesteban y torrente4 está bien darse un momentito para indignarse un rato, quecoño. Sobre todo si nos proporcionan tan poderosas razones con las que recurrir al yalodecíayó o al siesquestabaclarísimo; conductas que no van a arreglar (ni se pretende, oiga) una milésima la fiebre del mundo pero dejan el cuerpito con un relajo de alivio que no nos lo da un pedo. Nuestro simulado asombro es puro entretenimiento nomás. No obstante, aunque sea fingida la sorpresa y tenga tal conmoción una fecha de caducidad más bien corta, cumple la inestimable labor analgésica de evadirnos de nuestras enfermedades reales. Alabada sea, por tanto, esta pseudo-actualidad. No tanto por que nos agrade la lamentable descomposición que evidencia sino más bien por la satisfacción que a todo hijo de vecino le proporciona el hecho de que un síntoma tras otro apoyen con tanta rotundez su mundanal e intuitivo diagnóstico.
[1] “El gobierno de España es el más perfecto que pudieron imaginar los antiguos legisladores, pero la corrupción de los tiempos ha ido llenándolo de abusos. Desde el pobre hasta el rico. Todo el mundo consume y devora la hacienda del rey: unos a pequeños bocados; la nobleza, a boca llena; y en cuanto a los grandes en cantidades fabulosas…” Giovanni Cornaro, embajador de Venecia en Madrid a finales del s. XVII.
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