29 de abril de 2011

Invisibles compañeros de viaje

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Riingg!! El despertador te arranca el sueño como violento pistoletazo de una nueva carrera contra el reloj. Sin apenas levantarlas del suelo y con los ojos todavía sensibles a la luz, arrastras tus zapatillas por el piso hasta el borde de la bañera. A tientas, y no sin cierta dificultad, consigues abrir el grifo y, tras comprobar su temperatura, sumerges tu cuerpo bajo el fino hilo de agua de la ducha.
La lluvia que cae sobre ti te inunda los bostezos con agua potable, invisible disolución de Floculantes, Sulfato de Aluminio y trazas de Cloro. La combinación del vapor caliente, el roce del agua y el seductor olor a Cocamidopropyl Betaine del gel de ducha te resarce del violento alarido del despertador y te provoca una instintiva sonrisa de placer. Masajeas tu cuero cabelludo con las yemas de los dedos embadurnadas de la espuma de Tetrasodium EDTA y Poliquaternium-39 de un cremoso champú que se anuncia como vegetal y que devolverá a tu cabello un brillo televisivo. Los restos espumosos de tus compañeros invisibles de ducha, resbalan con el empuje del agua para continuar su ineludible ruta de fontanería hacia el mar.

"Después del baño", de Joaquín Sorolla, 1911.
Fuera ya de la ducha y con una mejorada lucidez en la cara, te vuelves a sorprender,  un día más, de la capacidad que 35 litros de agua potable tienen para deshidratar tu piel. Un bodymilk rico en C12-15 Alkilbenzoato soluciona este problema cotidiano dándote un perfecto acabado en hidratación y permitiéndote, durante unos minutos, seguir atenta a una noticia sobre la EFSA que están pasando en la radio. El resorte metálico de la tostadora y el vapor de la cafetera interrumpen a dúo tus reflexiones para anunciarte el inminente cambio de tercio.
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25 de abril de 2011

La molécula afrodisíaca ¡ya a la venta!

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 Para el cuerpo y la mente humanos existe muy pocos momentos con mayor sensación de bienestar que los minutos después de haber echado un polvo. Esto, lejos de ser un novedoso descubrimiento, es sabido por mujeres y hombres casi desde el principio de los tiempos. Mucho más reciente es, en cambio, el descubrimiento de que esos placenteros instantes se deben a la acción de una sustancia química sintetizada en nuestro propio cerebro y que es liberada a la sangre en enormes cantidades durante el contacto sexual. Esta bendita molécula se llama oxitocina y es también la responsable de nuestra visión del mundo, de la calidad de nuestras relaciones humanas, de la confianza, de la generosidad, de la fidelidad, del optimismo y del humor. Por todo esto se la conoce también como la “hormona del amor” o la “molécula afrodisíaca”.

Detalle de "Las Tres Edades de la
Mujer" de Gustav Klimt, 1905.
 
Cada vez que alguien nos da un abrazo o una caricia nuestro cerebro libera al torrente sanguíneo pequeños pulsos de oxitocina que provocan la misma sensación de bienestar que percibimos durante el orgasmo aunque, como es fácil de suponer, a mucha menor escala. Esto es, para ser y sentirnos felices debemos producir oxitocina de forma natural y regular. Y producir oxitocina es tan sencillo como abrazar y ser abrazados, como tocar y ser tocados.

La oxitocina está relacionada, por tanto, no sólo con la conducta sexual, sino también con la social en general. Esta hormona facilita la vinculación entre sujetos, no únicamente entre hombre y mujer, sino también entre padres e hijos, entre hermanos o entre individuos que se relacionan de algún modo. Es la responsable de que las parejas más fieles y duraderas sean aquellas que se acarician más. Y es la razón por la que los deportistas de un mismo club refuerzan su espíritu de equipo abrazándose y tocándose con frecuencia.



20 de abril de 2011

El Ser Humano puede ser extraordinario (especial Semana Santa).

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Todos conocemos el anuncio de la tele que dice "El ser humano puede ser extraordinario". Coño, y claro que puede. La cuestión es que normalmente no le sale de los huevos. O no sabe. Todos los seres humanos tenemos en mayor o menor medida una cualidad innata llamada empatía y que no es más que la capacidad de ponernos en lugar de otra persona, de sentir su sufrimiento, de implicarnos afectiva o emocionalmente con ella. Desarrollar la empatía correctamente, llegar a dominarla y trabajar para su perfeccionamiento requieren, no obstante, de notables dosis de interés, esfuerzo y tesón.
Hay épocas del año, como la Semana Santa o la Navidad, en que la confluencia de diferentes intereses económicos y mediáticos inducen una repentina ola de empatía. En estas fechas una pseudo-empatía invade calles, centros comerciales y medios de comunicación y todos, como por arte de magia, sentimos y celebramos ser mejores personas. No obstante, no es casualidad que esto suceda, por lo general, en períodos vacacionales. Fuera de ellos, el eventual ejercicio de la empatía entra en conflicto con el vertiginoso ritmo de la vida cotidiana que exige, por encima de los demás esfuerzos, una absoluta dedicación a desarrollar la competitividad. O, lo que es lo mismo, a perpetuar una constante y fatigosa lucha darwiniana por la supervivencia. Es por ello que hoy día empatizamos con personajes de ficción (de la tele, del cine, o de la literatura, por ejemplo) más y mejor que con las personas reales que nos rodean. Los primeros nos despiertan emociones positivas, interés, curiosidad, simpatía, solidaridad y devoción. Los últimos son nuestros rivales y, por tanto, avivan en nosotros sentimientos negativos, cuando no destructivos.

"Guernica" de Picasso, 1937.

A los ciudadanos del s. XXI nos ha tocado vivir una realidad estresante, llena de exigencias a todos los niveles y saturada de gente en constante movimiento que, por lo general, incomoda a nuestros propósitos. Padecemos un enfado crónico con el mundo y con quienes lo pueblan. La vida no nos deja tiempo, lugar ni energía para la empatía. Más al contrario, convertimos con asombrosa facilidad a nuestros jefes, compañeros de trabajo, vecinos, familiares o a nuestra pareja en el blanco ideal a quien culpar de nuestras frustraciones, de nuestros errores, de nuestras inseguridades y de nuestros miedos.

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