Gracias a la tecnología, el mercado de los automóviles ha mejorado enormemente sus prestaciones en las últimas décadas. Los modelos que salen actualmente de las factorías ofrecen ratios de consumo y rendimientos que nada tienen que ver con sus equivalentes de hace tan sólo 10 ó 15 años. Ahora se diseñan máquinas más rápidas, más cómodas, más seguras y también más ecológicas. Son, en definitiva, aparatos cada vez más eficientes. Sin embargo, esta mayor eficiencia de las máquinas -la parte mecánica del binomio y, por ende, inerte y carente de 'inteligencia'- no se ha visto acompañada por una análoga mejora en el grado de eficiencia de sus operarios, nosotros los conductores, que seguimos manejando los modernos automóviles del mismo modo que los antiguos. Y sucede así porque todavía desconocemos que la actitud y la aptitud del conductor son también factores decisivos en esa eficiencia, por ejemplo, a la hora de abaratar el consumo de combustible.
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"Interior de la Rotonda de Ranelagh House" de Canaletto, 1754. Óleo sobre lienzo expuesto en The National Gallery (Londres). |
Estas ideas surge por primera vez y casi simultáneamente en países -una vez más, cómo no- del norte de Europa (Suiza, Alemania, Holanda y Finlandia) donde se empezaron a estudiar técnicas de conducción con objeto de optimizar las innovaciones que la tecnología estaba imprimiendo a los nuevos automóviles. Del desarrollo posterior de estos estudios surgió inicialmente un conjunto de reglas elementales que se denominaron según la región 'conducción eficiente', 'conducción ecológica' o conducción económica. En definitiva, un estilo de conducción basado en la adquisición de nuevos hábitos orientados hacia el ahorro.
Un conductor que aplique una conducción económica no verá incrementada la duración de sus desplazamientos. Pero, en cambio, obtendrá desde el primer momento las siguientes ventajas: