20 de marzo de 2012

Una (y otra) vez.

Esta semana he vuelto a oír la enésima historia del emprendedor triunfador. Supongo que ya sabrán a lo que me refiero: la historia de cómo fulanito o fulanita decidió romper repentinamente con su existencia gris de asalariado desmotivado, sin proyección y sin futuro alentador para dirigirse en linea recta hacia la felicidad plena y absoluta. Hacia la autorealización personal, familiar y profesional. Hacia el éxito. Fue en el transcurso de un seminario sobre innovación. La señora conferenciante, poniéndose constantemente ella misma como ejemplo, animaba a toda la concurrencia a emprender proyectos similares, a liberarse de las orejeras y de los miedos, a avanzar con rumbo firme hacia una tierra prometida fértil y próspera donde cualquier sufrimiento siempre es recompensado y tal, y tal, y tal...
"La Rendición de Breda", cuadro de Velázquez pintado en 1635.

Todas estas historias siempre me han parecido plagios en formato bolsillo de las biografías que en distintas épocas ya protagonizaran prohombres con apellidos tan lustrosos como Onassis, Rockefeller, Gates, Jobs u Ortega. Y cada vez es más común que los programadores de cursos, másteres y seminarios incluyan en sus programas charlas, conferencias y derivados de este tipo en las que podrán ser distintos los personajes, podrán haber desenvuelto sus andanzas éstos en distintos decorados o podrán estar escritos los guiones de sus vidas y de sus negocios en diferentes idiomas, pero lo que no cambia nunca es la moraleja del relato, por todos conocida casi de memoria: ¿emprender?¿innovar?, adelante!

Sobra decir que sería de necios negar a cualesquiera experiencias vitales el valor didáctico que contienen. Todas ellas -como todo testimonio, de hecho- merecen el respeto de ser oídas y tenidas en cuenta. Además, todas son perfectamente imitables y de todas podrá cada cual extraer valiosísimas lecciones para la vida y/o para el mundo de los negocios. Lo que sucede es que toda historia contada -y ésta que yo he oído esta semana de cómo regir tu propio rumbo, de cómo arribar al éxito por la vía de liberarse for ever and ever del yugo del asalariado etcétera, etcétera, no iba a ser la excepción- sale siempre de boca de los supervivientes. De los que han acertado. Los que pueden decir que les ha salido bien la jugada. Y nos la cuentan, además, al final de la batalla, obviando las arduas maniobras militares, el costoso armamento empleado y, sobre todo, omitiendo los innumerables cadáveres que se quedaron en el intento a uno y otro lado en las cunetas. Entre otras omisiones no precisamente inocentes. Al fin y al cabo todo buen trovador sabe que el slogan que se pretende transmitir cobra mayor fuerza -'de mercado' podríamos decir en este caso, pero diremos 'de convencimiento'- si se acentúan las mieles y se desprecian las hieles. Y así es como la concurrencia sale pletórica de los auditorios habiendo escuchado exactamente lo que querían oír, rebosantes de convencimientos, con los miedos y las contras más minimizados que nunca. Cual meeting electoral, afianzados todos en las mismas convicciones que ya tenían antes de entrar.

Siento mucho si soy un aguafiestas, querido lector, pero lo que las -éstas sí representativas- cifras del mundo cognoscible indican es que el 80% de los proyectos emprendedores fracasan antes de 5 años y el 90% lo hacen antes de los 10. De modo que estas conferencias tan reveladoras son lo que en estadística se ha denominado toda la vida una muestra sesgada. Muy comerciales, eso sí, hollywoodienses hasta decir basta, y cargadas de mensaje optimista, también, pero sesgadas. Permítanme la nota técnica: se dice que una muestra está sesgada cuando omite sectores importantes de la población que pretende representar, razón por la cual carece de tal representatividad. O sea, que para el caso que nos ocupa, tratándose de un foro de ávidos emprendedores inexpertos, y teniendo además en cuenta que la empresa de la señora ponente era todavía un retoño de menos de tres años, lo más sensato -a la par que didáctico y constructivo- hubiera sido que nos contaran también sus experiencias con la innovación y con el emprendimiento algunas y algunos de aquéllas y aquéllos que se nos quedaron en el camino, que fracasaron.

Lo idóneo sería que los directores de contenidos de másteres y de cursos de formación para el emprendimiento se animaran algún día a resucitar a un par o tres de aquellos cadáveres que se quedaron en las cunetas porque de las impresiones que nos puedan transmitir tendríamos a buen seguro lecciones igualmente valiosas que aprender. También. Los errores que ellos y ellas cometieron en el pasado son nuestros potenciales errores en el futuro. Errores que podremos identificar e interceptar con mayor eficacia y antelación si aprendemos a escuchar activamente a los que han tenido que enfrentarse con ellos antes que nosotros. Pero sin prejuicios, desprendiéndonos de una vez por todas del arraigado concepto latino de "fracasado" como sinónimo de inútil, inservible o desacreditado. Y digo concepto latino precisamente porque en las culturas anglosajonas el significado y la gestión del fracaso son radicalmente opuestas a las nuestras. En ellas está más profundamente asimilado que el método 'ensayo-error' es la única vía posible por la que forzosamente ha de discurrir toda iniciativa orientada hacia la mejora y el perfeccionamiento. Saben que no hay aprendizaje, no hay progreso por tanto ni innovación ni emprendimiento posibles sin uno o varios tropezones en el camino. Y para esas mentalidades que nos son tan 'de otro planeta' lo aprendido de los fracasos pesa positivamente en los currículums vitae tanto o más que los laureles de los triunfos. Alucina.

Supongo que lo harán porque de un modo u otro han sabido dejar a un lado las supersticiones y porque conocen las cifras -éstas ya mucho más alentadoras y constructivas- que indican que el 80% de los emprendedores que han fracasado en su primer intento, lo logran en el segundo. Porque los verdaderos emprendedores lo sigue siendo más allá de todo fracaso y no se paran tras el primer traspiés. Y a ellos les debemos el progreso. Por tanto, si los individuos privamos a las futuras generaciones del relato realista, sincero y desacomplejado de nuestros fracasos; si negamos u ocultamos tales fiascos como si nunca hubieran existido; si, además, colectivamente toleramos una sociedad en la que el fracaso se convierte únicamente en despectivo objeto de escarnio, vergüenza, rechazo y bochorno -cuando no de contrita cuarentena como si de una enfermedad contagiosa se tratara- no es en absoluto de extrañar que como sociedad cometamos una y otra vez los mismos errores.



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2 comentarios:

  1. Genial mi querido redactor, pero es lamentable que se demore tanto entre post y post, y le rogamos desde las tribunas lectoras que lo haga más a menudo.

    Gracias.

    ResponderEliminar
  2. Muchas garcias por su incodicional seguimiento de este humilde foro, Mr. Santos. Y por sus cariñosos piropos.

    Un saludo.

    ResponderEliminar

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