Qué enorme placer es siempre
revisitar a los clásicos. De la literatura, del cine, la pintura o
de lo que sea. Pero hoy me ha tocado la fibra un libro. Y me ha dado
por pensar que no es casualidad que determinados trabajos hayan
sobrevivido a los implacables embates del tiempo, al azote de las
críticas, al cambio de las modas en el vivir y en el pensar. Algo
tendrán que les hace perennes. Vamos, digo yo. No habrán vencido a
sus competidores coetáneos, no habrán empatado fuera de casa -e
incluso ganado alguna que otra vez por goleada- a los que han
arribado a posteriori con nuevas obras de nuevos tiempos por una
vulgar cuestión de azar. Todos tenemos alguno: Dickens, Apollinaire,
Chéjov, Delibes, Twain... Y es que hay libros que, superiores a las
modas, valen para toda época. Que, a pesar de los lustros, siguen
conteniendo actualizadísimas lecciones sobre la vida y sobre la
naturaleza humana. Sobre lo mejor y lo peor del mundo que hemos
creado. Hay autores universales que, desde el pasado, siguen
dispuestos a hablarnos de nuestro tiempo, del ahora y sus
protagonistas, mejor incluso que la abundante cordada de actuales
escuderos del mercado. Y con más categoría, dónde va a parar, y honestidad y educación.
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"Sin Pan y sin Trabajo", óleo sobre tela de Ernesto de la Cárcova, 1892. Expuesto en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) Buenos Aires, Argentina. |
Siempre me han parecido una especie de
interesados herejes todos aquellos -editores, críticos, periodistas
e incluso los mismos autores- que se apresuran a acuñar 'obra
maestra' sobre la tinta todavía caliente de las ediciones, sobre
largometrajes aún sin estrenar, o sobre lienzos que, de tan frescos,
te arruinan la chaqueta si los rozas con el codo al pasar de largo.
La pecunia les va en ello, según parece, y acaban convirtiendo en
profesión el ímprobo arte de poner el culo donde paguen con el bemeúve más
grande. Y nadie parece siquiera disimularlo ni un poquito por mucho
que en el fondo todas sus potenciales víctimas sepamos perfectamente
que una obra gana el título de 'Maestra' cuando, cincuenta o cien años
después de salir de la imprenta, sigue frotando las baldas de las
estanterías. Cuando acumula un currículum de mudanzas, y cuando capas de
piel de varias generaciones han conferido a sus páginas esa adorable
pátina amarillenta en las aristas. Así, a fuego lento, es como
madura una Obra Maestra. Ayer, hoy y siempre. Sin que necesite más
estrategia de márquetin que una historia bien contada, de ésas que te
agarran por el pecho y se leen solas; sin más porcentaje que ese
suspiro que te queda -mezcla de satisfacción y pena- cuando cierras su última
página todavía con el último párrafo latiéndote en la retina.
Pongamos como ejemplo de lo que les
quiero decir a un pájaro llamado Michel Houellebecq, escritor que no
desperdició la ocasión de convertir a golpe de vulgar 'copy&paste' un artículo de la Wikipedia en un capítulo de su última
novela: “El Mapa y el Territorio” (Anagrama, 2011). Habilidad que
sin duda ha pesado lo suyo para que el ilustre crítico RecaredoVeredas alabe tal relato hasta el reflujo gástrico en su foro en
ABC.es/CULTURA con palabras como «una
obra maestra puede serlo pese a sus errores» o también «es
una obra maestra imperfecta»
(sic ambas).
Hay que joderse. No me digan que el patio de mi casa no es
particular. Y, sin extendernos demasiado con el muestrario, diremos -aunque me consta que lo saben sobradamente- que ejemplos muy
similares los hay a centenares en estos tiempos en que hasta lo más
sagrado se prostituye a cambio del vuelto del café. Y la noble
vitola de 'Obra Maestra' lo mismo vale en el PeriodistaDigital.com para
“El Árbol de la Vida”, en PrensaLibre.com para Pérez de Antón. O
para que veinte años de tirar kilómetros de celuloide le hayan
servido, según todos estos caraduras, para que un tal Pedro Almodóvar haya estrenado más obras maestras
-hay que joderse con el saldo y la liquidación- que un tal Michelangelo Buonarroti, un
tal Billy Wilder y un tal Velázquez juntos en toda su puñetera
vida.
Por todo esto me sigue fascinando que
en las librerías de hoy día -sembradas como están de cepos chocarreros que nos ponen estos amantes de las comisiones en versales- alguien se levante uno de Steinbeck, de Baroja o de Dostoyevski. Y me
digo para mis adentros: ole tus huevos, niña, se iban a comer una
mierda pinchada en un palo los estafadores del
garabato si todos lo tuvieran tan claro como tú. Ole. Y me crece dentro, qué quieren que les diga, la fe en la
especie humana y en su capacidad de discernimiento. Y me creo que no
todo está perdido. No al menos todavía. Romántico que es uno, ya
ven.
N.A: El libro del que les hablaba al principio del post es uno
de Don Pío Baroja del que, por cierto, no les voy a decir el título porque, para
el caso, nos valdría cualquiera.
No he tenido demasiado tiempo para pasarme por aquí, pero ahora que me estoy reponiendo y leyéndome todos tus post de cabo a rabo, tengo que decir dos cosas: primero, que tu prosa me evoca a Carlos Ruíz Zafón y a Pérez Reverte; segundo, que me haces, invariablemente, pasar un gran rato.
ResponderEliminarUn maullido de enhorabuena,
Belén.
Muy altas evocaciones son esas, Belén! Se agradece el piropo, no obstante.
ResponderEliminarUn abrazo.