Llámalo como quieras. Eufemismos tienes cientos: víveres, viandas, carne, alimento… pero lo que guardamos en el frigorífico son pedazos de cadáveres de animales descuartizados. Esto no es un post gore, es una definición con palabras que no gustan. Y sin rodeos.
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"Retrato de caballero veneciano", cuadro atribuido a Giorgio Barbarelli da Castelfranco (Giorgione), año 1510. |
Llámalo como nos han enseñado. Cultura, arte milenario, sustento de miles de familias, tradición… La tauromaquia es el espectáculo en el que unos pagan para que otros torturen hasta la muerte a un animal. Esto no es una condena, es la libre traducción de un anacronismo. Por ir al grano.
Llámalo como mejor te parezca: amor, ternura, compañía… Las mascotas son animales arrancados de su medio natural y esclavizados para curarnos la soledad a cambio de las sobras de la comida. Esto no es un juicio cruel, es lo que se ve desde otro ángulo. Y no hay por qué acomplejarse.
Llámalo por su nombre. Conservacionismo, ecologismo, naturalismo... Sinónimos del soberbio convencimiento de que el hombre es un ser superior legitimado para intervenir y corregir a la misma naturaleza. Esto no es contestatario, es anticipar un disparate un par de siglos. Ya que no estaremos.
Llámalo como lo llamaría cualquiera. Horticultura, floricultura, ganadería, jardinería, agricultura... expresiones de la manipulación humana sobre los ciclos reproductivos de las especies vivas con fines egoístas. Esto no es noticia, llevan más de diez mil años entre nosotros y hasta les debemos lo que somos. Y, claro, sin rubor.
Llámalo como lo llamamos todos. Ciencia, investigación, estadística, divulgación... pero son sólo los nuevos certificados en los que volcamos hoy la fe que retiramos hace tiempo a los obispos. Esto no es cuestión de fechas de vencimiento, es relevo generacional. Y la vida sigue.
Llámalo como te venga en gana. Faltaría más. Para eso cada cultura pone sus propias etiquetas a cada prenda. Para que no tengamos después que testear el percal en todas ellas. Y para que nos entendamos al hablar.
Epílogo: El atípico post número trece no es una reflexión en si misma sino un surtido de pequeñas provocaciones sin literatura, un haz de minúsculos monolitos sin trabajo de cantería. Para que las cincele a gusto quien quiera o para observarlas tal cual, sin pátinas ni manipulación ni pulimento alguno. Y sin que sirva de precedente.
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