20 de agosto de 2011

Exaltación colectiva.

Vayan por delante las disculpas. En tierras donde el estío es cuestión de estado, hoy es el día más cálido del año y no ayudan tales condiciones a serenar las mentes tendentes al delirio. Vayan por delante las disculpas, por tanto. Y, para evitar que se contagien de la fiebre, les sugiero el agua clara de los enlaces y las etiquetas decantadas de sus fuentes. Y luego, una reconfortante siesta.
El escándalo ha muerto. El genuino, el auténtico, el verdadero escándalo ya no existe más. Apenas consumimos ya los burdos sucedáneos que nos sirven los guiones de los reality-show, el panfletismo deportivo o las secciones de 'suciedad varia' de los tabloides. Y con ellos tarareamos 'satisfacsion'. Pero escándalos como los de antes, de cosecha propia, con origen y manufactura casera, escándalos mundanos y corrientes que están en boca de todo el vecindario y hasta le cambian a uno el humor y la tensión, ésos han desaparecido para siempre. Y no se habrá extinguido el escándalo por falta de materia prima precisamente, -gratuita y abundantísima ésta por todas partes- si no fundamentalmente debido a la inmunidad que ha inoculado en todos nosotros, usuarios de sociedades de consumo, su sedante y postmoderno verdugo, el confort.
"La inspiración y el poeta", Nicolás Poussin, 1629.
No es lo mismo el confortable, superficial y profiláctico escándalo ofrecido desde la TV -clic, ya está- de disfrute pasivo, simultaneable con palomitas y cacahuetes y siempre con la confianza que da tener a mano el botón rojo del mando a distancia. No es lo mismo esto, que hilvanar un escándalo propio a partir de la observación crítica y atenta del mundo 'on live', y del análisis del contraste de lo observado con unos valores, con unos principios. No, no es tan fácil ni cómodo sacar la cabeza ahí afuera, a tope de “ON”, y volver con escándalos recolectados de las marquesinas, de los felpudos, los poyos de la plaza o la cinta transportadora del hipermercado. Es arduo competir con el producto ya descompuesto ya masticado del catódico electrodoméstico.

Ha querido la delirante cultura popular que meses enteros de madurar al sol la vid sus frutos y de mezclarse el sudor del jornalero con el barro adherido a su frente no tengan el fin en saciar las sedes de los peregrinos sino en empapar camisetas de indités y en teñir de morado los adoquines. Daría este 'jugar con las cosas de comer' motivos más que sobrados para que los observadores y sensibles intelectos se escandalizaran un rato, aunque fuera sólo la puntita. Daría para eso y para un mayor filosofar la romería. Sin embargo, ¿se congrega el gentío cada mañana de San Pedro, tras un año de descontar fechas del almanaque, para elevar un unísono e indignado grito? No. Acude la estampida de mentecatos a exigir ávidos su anual ración de dicha en forma de jaranero bautismo de morapio.
En tierras donde la lluvia es arte y el granito culto, se van los aguaceros de vacaciones la semana en que éstas más comunes son entre los mortales. Y es usanza, entre impíos iletrados venerada, agarrar al Santo Roque como excusa para que el cardumen plaña tal ausencia entre licores. Y consiste la resaca en el delirio colectivo de colaborar con el lento menguar del perfil de los embalses. ¿Llaman a la moderación en el uso del líquido elemento las autoridades y personalidades ilustres, los pregoneros y los gestores? No, azuzan desde las atalayas la insistencia de los necios en el derroche para mayor gloria de mercachifles. Y no faltan en el guateque ni cartelería, ni bombos con platillo, ni pegatinas de 'grinpís' en las solapas, ni medios diseñados en principio para velar por la salud de la foresta.
Centenares de bayas coloradas de jugosa pulpa gazpachera viajan en henchidos contenedores camino de su pedestre destino de ser admirado el manto en que se conviertan tras la batalla de la majadería. ¿Surgen internacionales críticas de organismos oficiales alegando hambruna insatisfecha o voluntarios a un traslado ultramarino? No. Se recrean los más preclaros medios y embajadores en difundir la noble vitola de tan señorial gala y de su interés turístico internacionalmente reconocido. Y cunde tan sano ejemplo, y se imita la sandez 'urbi et orbe', confirmando la tendencia al alza de la excelencia en el disfrute del solaz del colectivo.
Y ya más en prosa. A nadie escandalizan los contenedores de basura rebosantes de comida, los frigoríficos abiertos malgastando energía en los supermercados o las faraónicas fuentes vertiendo al cielo hectolitros de agua potable 365 días al año. Estas escenas nos resbalan por el forro impermeable de las conciencias. Un penalty no señalado, es otra cosa. ¡Eh! ahí sí que nos han dado en la tecla, clic, para saltar del sofá. A nadie escandaliza que a las puertas de su casa se queme en pirotecnia más euros que el producto interior bruto de muchos países subdesarrollados; que en honor a 'Sta. Bacanala', con gran celebración y hasta pompa eclesiástica, las alcantarillas se empachen de tomates; que las leyes del mercado -habitualmente contrarias a todo sentido común- se traduzcan en toneladas de frutas, verduras u hortalizas derramadas al lecho de los ríos o incineradas en vertederos.
Lejos de inspirarnos escándalo, todos estos alardes de opulencia, todas estas -y tantas otras cotidianas e invisibles- loas multitudinarias a la majadería, admitámoslo, en el fondo nos agradan. Porque, por un lado, mueven los mecanismos de nuestra economía; por otro, satisfacen nuestra vanidad de primer mundo; y, por último, nos ayudan a olvidar la angustiosa realidad de que cientos de seres humanos mueren al día por carecer de lo que otros tiramos tan alegremente y que incluso nuestros propios abuelos padecían hasta hace bien poco estas mismas escaseces. Da gusto vivir en un planeta desmemoriado, donde los mismos errores se cometen una y otra vez, donde lo que es de todos se tira como si no fuese de nadie y donde se deja al tiempo la cuestión de que cada ocurrencia disparatada se acabe convirtiendo en una fiesta de exaltación colectiva.
Para que luego unos cuantos illuminatti vengan a decirnos que la sociedad está dormida. ¡Y un huevo! lo que está es de borrachera.



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