15 de agosto de 2011

Tengo derecho a ser fashion.

Son épocas de indignarse, está de moda. Y como toda buena moda que se precie, es efímera en su recorrido de fondo y trepidante en sus efectos inmediatos. Breve pero intensa, como un orgasmo. Si en algún tiempo pasado fueron moda las hombreras, los tamagochis, las medias con costura o los minicúper, hoy por hoy lo que está “in” es cagarse en la madre de todo lo que se mueva. Da igual el modo en como esto se haga y da igual quién sea el blanco del tartazo, el caso es que cada uno pueda despacharse a gusto. ¿Que viene el papa Ratzinger de visita?, pues nos cagamos en todo el colegio cardenalicio. ¿Que la familia real está de vacaciones?, pues entonces evocamos todo el árbol genealógico desde Carlos V ordenados por grado de hemofilia. ¿Que tal o cual empresa tienen beneficios con la que está cayendo?, madre que los parió. ¿Que los políticos se van de vacaciones los muy incompetentes?, pues mierda pa todos ellos también.
Parafraseando de manera herética – y que el maestro Calderón nos perdone- podríamos decir que la vida es moda, y las modas, modas son. Y su razón de ser como moda alcanza su máxima expresión en el
Frgamento del mural de Diego Rivera
'El Hombre en el Cruce de Caminos'
(1934) que decora el tercer piso del
Palacio de Bellas Artes de México.

momento en que se saca a la calle para que los demás vean lo fashion que es uno y lo cool que es ir a la última. En este punto hay quien podrá decir que lo que está de moda no es la indignación en sí misma sino que ésta es una consecuencia, un síntoma febril, del mal uso. Esto es, de la corrupción, de la ambición desmedida y de la falta de escrúpulos de todos los que están -faltaría más- por encima de uno: dios y sus representantes, los gobiernos y sus representantes, las empresas y sus representantes, y hasta los antepasados difuntos de cada cual y sus representantes, sin cuya colaboración no estaríamos ahora como estamos de cogidos. Cabrones malparidos todos. Esto es lo que dirían algunos.
Pues como en este blog no la tenemos ni más corta ni más larga que cualquiera ejercemos mediante este post nuestro derecho a ir a la moda imperante y en un extático alarde de indignación prêt-à-porter me voy a cagar no sólo en mí mismo sino, ya puestos, también en todos ustedes. Ahí queda ésa. Y, además, de regalo 3x1, les daré las razones por las que lo haremos, que son, valga la redundancia, tres:
1. POR FALTA DE AUTOESTIMA. Por no comprender en profundidad lo que significa que la escala de valores de nuestras sociedades y los principios básicos por los que éstas se rigen no llueven del cielo ni manan por generación espontánea sino que somos los individuos quienes las moldeamos a diario. La verdadera capacidad transformadora -silenciosa y lenta pero enormemente efectiva- reside en el ejercicio cotidiano de nuestra condición de votantes, de consumidores, de feligreses o de clientes. Va siendo hora ya, de una vez por todas, de que comencemos a actuar en consecuencia. Con la plena confianza de que son nuestras acciones y omisiones las que seleccionan darwinianamente las conductas -políticas, empresariales o de cualquier otra índole- que han de tener éxito de las que no, los usos a imitar de los deleznables, el grano de la paja. Y porque somos, por lo tanto, los humildes y desamparados peatones quienes, con nuestro libre albedrío, favorecemos irresponsablemente que determinadas conductas hayan proliferado y se aplaudan y que otras, por el contrario, se hayan traducido en estrepitosos fracasos o ni siquiera se hayan llegado a intentar nunca.

2. POR FALTA DE EXIGENCIA. Por habernos vanagloriado durante tanto tiempo de lo que se ha convertido ya en una característica cultural muy nuestra del desprecio y desinterés por los asuntos públicos y políticos. Actitud ésta que no sólo ha alejado de la política a los individuos más talentosos de nuestra sociedad sino que además ha franqueado el ascenso hasta los puestos que gestionan lo que es de tod@s a aquellos elementos intelectualmente más mediocres, éticamente más insensibles y esencialmente mejor dotados para la exquisitez en el cuidado de los intereses anejos que en el de los ajenos, es decir, de los del colectivo.[1]

3. POR FALTA DE CRITERIO. Por ser carne de cañón, coño. Por esa tara mental que nos empuja a 'comprar' todo lo que ponen en escaparates y seguir creyendo en hadas madrinas y en que los Tres Reyes Magos de Oriente vendrán un día desde un lugar muy muy lejano, en respuesta a nuestras plegarias, a pagarnos las facturas y enmendarnos la plana. Y por creernos, encima, que lo harán movidos por un filantrópico amor hacia el bien común; por ser tú, yo y todos los ilusos del mundo tan especiales todos, por haber escrito una carta tan bonita durante las vacaciones de navidad y por haber cerrado los ojos tan tan fuerte y haberlo deseado tanto tanto. Ah, y también me cago en todos ustedes y me auto-cago en mí mismo por compartir esos afanes cortoplacistas[2] que nos empujan a seguir los dictámenes de las puñeteras modas obviando lo que a todos nos conviene a más largo plazo.

"La adoración de los magos", obra de Masaccio, 1426.
Dicho todo esto, muy bien, estamos todos indignados ¿y qué? No, en serio, ¿y qué?. Porque habrá que empezar a pensar en bajarse del guindo al pavimento, que de tanto cagarnos los unos en los errores de los otros se nos ha olvidado que el futuro no es potable con semejante tufo a cloaca. Y la cuestión clave no es tanto quién es el insolidario bastardo que ha ensuciado más, sino cuántos estamos dispuestos a remangarnos la camisa y a bajar a las alcantarillas un día tras otro a limpiar tanta mierda acumulada durante décadas. Porque si esperamos a que venga otro, un alienígena digamos, y lo haga, pues vamos apañados. Y, dependiendo de cuántos empeños se pongan en fregar y cuántos sumen los que insisten en seguir enmierdando, la empresa será más o menos viable y más o menos ardua. Además, llegado el momento, lo mismo que estamos haciendo nosotros ahora -gritando fuerte, sí, pero cruzados de brazos en definitiva-, nuestros nietos no repararán en señalarnos con el dedo acusador por no haber movido ni un solo músculo para corregir las conductas, los vicios, los dogmas o lo que quiera que sea que nos haya traído hasta aquí. Vamos, que lo que más les alucinará de sus abuelos será la sensatez, sí señor, la única moda que hasta la fecha, que se sepa, no ha triunfado en ninguna plaza.



[1]  “El sistema parlamentario español era por su parte una prueba de lo poco que habían cambiado las ideas de las clases gobernantes a partir del s. XVII. Bajo nombres nuevos el método seguía siendo el mismo. […] su objeto no iba más allá del enriquecimiento privado y el apoyo de facciones, que no comprendían sólo a unos cuantos individuos situados en lo más alto, sino que penetraban a través de los escribanos y funcionarios más modestos en las capas pobres del pueblo. ¿No es España, después de todo, el país en que la Historia –y de qué monótona manera- se repite una y otra vez?” Podría haber sido escrito ayer mismo pero es un fragmento del prólogo de 'El Laberinto Español', obra de Gerald Brenan editada en 1945.

[2]  Del siguiente modo describe la sociedad española de finales del s. XVII el economista Martínez de la Mata (Discurso VIII, 103): “El defecto más evidente […] consiste en que no existe en ninguna de sus partes ni amor ni interés por la conservación del todo; cada hombre piensa únicamente en su utilidad presente y en modo alguno en la futura.” Tristemente, de palpitante actualidad todavía a comienzos del s. XXI.

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2 comentarios:

  1. Muy bueno sobre todo el final, pero sabes que te digo, que yo de momento paso de limpiar la mierda, si eso que vayan otros ... ;) un abrazo

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  2. aiiiii como tas kedando.....ya se limpiará cuando la mierda llegue al techo....un abrazo hermano!!!

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